Los narradores narrados
Una tarde capitalina en la que ni la lluvia terca ni el sol orgulloso se
rinden y ambos comparten y compiten los nublados cielos grisáceos bogotanos,
muy a las cuatro y treinta y tantos, en un callejón irisado de la ciudad
...
Se posaba una mazorca a la que un poste coqueto de luz ¡Pispeo! y está
en respuesta a tal evento sus granos rojos coloreo de vergüenza ...
diagonal, una paloma que se enamoró de un gallo ausente y criaba en un
nido hecho de basura citadina en una pequeña cueva formada por la pésima
construcción de una antigua casa, a sus pollos y palomitas.
a la vuelta había una casa sin ventanas, bueno, las tenías, pero pintadas,
tocaron ¡PAM parrampán, PAM, PAM!, esperando que alguien se asomara ... A diez
suelas salió una simpática gata de labios color carmín y ojos dorados, meneaba
la cola fuera de la ventana, invitando a los narradores a entrar.
iban relatando las historias cotidianas de la urbanidad "soleada
mente" lluviosa, subieron escaleras que los acercaron un poco al cielo,
donde los zapatos caminaban por los cables de la luz sostenidos por otros postes,
también coquetos, y a lo lejos un ocaso de fondo manchado por nubes cargadas de
agua hacía el mejor, mejor de los paisajes.
Era tarde y los molinos soplaban más fuerte, era tarde, pero no lo
suficiente ...
el tiempo se les agoto, y ahora sentados en el bus que saltaba grietas
como los niños charcos, se miraban tanto que podían escucharse el uno al otro,
y es que estos narradores no perseguían líneas de texto intentando decir
sonidos con sentido ... Estos leían gestos, ojos, colores y sonrisas, escribían
caricias en el cabello ajeno y dibujaban besos en la libreta roja y carnosa del
otro.
Muy a las siete y treinta y tantos de la noche, las venas se estiraron
en diferentes direcciones, cada suela representaba un goteo rebosando la ribera
de sus párpados ... El, sin que ella se percatará la observo hasta perderla de
vista y ella corrió para cansarse en vez de llorar.
Podían escucharse aún, leyendo los caminos que poco a poco los hacían extraños, él podía sentir su aroma sin tenerla cerca y ella no dormir cuando a su pecho le falta aire
podríamos, usted y yo gentil lector, darles un simpático final a estos narradores, pero aún siguen en las calles separados o a veces muy juntos, leyéndose los ojos o esperando que el tiempo se apresure para escribir de nuevo y continuar la historia ...
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